Autor: Christian González
Dicen que el principio es la mitad del todo. Supongo que en este caso la analogía pitagórica se adapta perfectamente a la anatomía de cada uno de los eventos que me hicieron desertar por primera vez en mi vida de una prueba de alto rendimiento.
Te hace pensar que probablemente algo esté llegando a su fin. Que la nobleza del cuerpo este perdiendo esas bondades de la juventud. Que esa voluntad “inquebrantable” este conociendo sus propios límites. Te da algo de nostalgia, pero al final es un indicador de evolución.
Evolución hacia una nueva etapa de compromiso o deserción. Un punto sin retorno en el que hay que decidir cuidadosamente cual será el siguiente paso.
El escenario: Ironman Los Cabos 2013. La fecha inaugural de una de las pruebas físicas más demandantes que conoce el mundo del deporte en uno de los destinos más bellos del planeta. Es el pretexto perfecto para salir a probar.
Las condiciones, como siempre inciertas. Tan solo días antes la temperatura, las corrientes en el mar y el viento de la ruta habían sido “perfectas”. La expectativa habría de traer a más de 1800 almas de todo el mundo a probarse en esta nueva sede
Mi particular pretexto, la “revancha” de un gran amigo que tres meses antes hubiera sido descalificado por exceder el tiempo permitido en la natación del Ironman Cozumel en sin duda la prueba de natación más adversa que he tenido la oportunidad de experimentar. Tan solo mi tiempo subió hora diez minutos en la misma ruta de hace tres años.
Y aquí estamos, de regreso a probar la distancia con el mediocre entrenamiento que pudimos lograr en esos tres meses efectivos. Sin la excusa de los múltiples compromisos laborales y sociales implícitos en esta particular etapa de la vida en donde todo se trata de demostrar que podemos. La peor parte, es que este esfuerzo incansable por lograr o conseguir algo ni siquiera es para nosotros mismos.
Por supuesto, con la seguridad de previas competencias, y el conocimiento de la distancia, “qué puede pasar” si el viernes nos damos una escapada a conocer la vida social de este concurrido destino turístico. Nada excesivo, pero todo en contra de las conocidas recomendaciones pre-competencia. En esta etapa de la vida, cuando realmente sales, todo lo que quieres es salir.
El sábado pruebas 100 metros de los 3.8 kilómetros de natación en la playa del hotel sede. Ruedas hasta la transición y regresas con la seguridad de conocer 6 de los 180 kilómetros de la ruta de la bicicleta. Y corres 1 de lo 42.2 kilómetros de la carrera desde la parada del autobús hasta la transición para aunque sea llegar un poco sudado. Absurdo. Aunque en ese momento parece suficiente.
Aunque mi consejo número uno antes de pensar en competir en un Ironman es aceptar la posibilidad de no terminar y ser etiquetado con un “DNF” (Did Not Finish) realmente nunca piensas que te vaya a pasar. Te sientes merecedor de esa medalla tan solo por estar ahí. Porque crees que todo esta en la mente y que la tuya es fuerte… La noticia es que el corazón, las piernas y cada fibra muscular que compone tu cuerpo también participan ese día.
Envidiosa decisión participar creyendo que tu cabeza va a probar algo.
Suena el despertador 5:15 AM y preparas cuidadosamente tu alimentación perecedera para tus bolsas de la bici y de necesidades especiales.
Te transportas hasta las Transición 1 (Natación-Bicicleta) y ahí es cuando te golpea… ese sentimiento que muy dentro de ti te dice que no estás preparado. Ni siquiera para tratar.
La cabeza se antepone nuevamente, preparas tu bici, te abrochas el wetsuit y hasta haces bromas con tus colegas competidores.
Suena el himno nacional, seguido del disparo de salida para indicar el comienzo de uno de los días más largos de tu vida.
El arranque es desde la playa, cosa rara tratándose de esta distancia. Los miles de competidores gastan innecesariamente un buen golpe de energía para ser los primeros en llegar al agua solo para encontrarse con una ola inmensa que regresa al 70% de vuelta a la playa de donde llenos de endorfina se disponían a colocarse en la primera posición. (http://www.youtube.com/watch?v=94aaActNhwU)
Por supuesto que los que lograron un buen lugar adelante eventualmente son aplastados por los otros 1750 competidores detrás de ellos. Es un arranque realmente traumático. Te tumban los googles, te patean las costillas, te arañan el cuello… un acto de supervivencia injustificado.
Pasando los primeros 500 metros se abre la mancha de gente y comienzas a disfrutar de las templadas aguas del Mar de Cortés. Vuelas libremente sin corriente hasta la marca de los 3,200 metros. Ya vas de “salida”. Pero ese mar no te va a dejar salir tan fácilmente como te dejo entrar.
Empiezan las corrientes en contra y tu brazada se vuelve ineficiente. Braceas sobre tu propio eje.
Con unos 25 minutos de trabajo llegas a la playa. La gente celebra tu éxito. Ya estas a una natación menos de ser un Ironman. Hay que darte crédito del esfuerzo.
Recoges tu bolsa de Bicicleta en donde previamente guardaste tu casco, zapatos y número de la bici. Te montas y entre mareos arrancas la inclemente ruta de ciclismo. Para mí el principio del final.
El calor empieza a intensificarse conforme evoluciona la ruta. Un infierno desde el kilometro 50. Y si en efecto me faltaban 130K más. Al cabo de unas casi 4 horas de bici,ni a la mitad del recorrido llega el golpe de realidad.
Llega de una forma muy particular esta vez.
Comienza con calambres estomacales que no te permiten retener líquidos ni sólidos. Continúa con adormecimiento de partes blandas, manos y pies. Lentamente sigue desde las extremidades hasta la cabeza. Llega un sueño profundo y una nausea incontrolable. Lo hace con sutileza pero su evolución es contundente.
La reacción inmediata es buscar sombra y descanso. Para mí fue un “Penalty Box” (donde cumples penalizaciones por infringir cualquier regla de la ruta como drafting o bloqueo) en donde mi aterrizaje fue un tanto amateur al desenganchar el pedal el lado izquierdo y colocar el peso en el lado derecho del cuerpo. El resultado, una caída en seco sobre uno de los jueces de guardia. Es como si le hubiera pedido que por favor me descalificara. De alguna forma así fue.
El corte A es un paramédico asistiéndote preliminarmente por medio de observación y algunas preguntas capciosas. La realidad es que su prueba la pase. La mía es la que había reprobado.
Tras un receso de casi una hora. Emprendí la retirada. Fracase rotundamente. La marca de DNF brillaba sobre mi frente como si hubiera sido marcado por ese juez enviado del cielo.
Ese fue el final de mi prueba. Pero aún tenía la esperanza de que el “hombre revancha” vengaría mi deserción.
Tras una siesta de tres horas y un dolor de cabeza incontrolable decidí transportarme hacia Transición 2 (Bici-carrera) con la esperanza de poder apoyar aunque fuera moralmente a mi amigo.
La esperanza comenzó a desvanecerse cuando el tracking de atletas no mostraba su Split de bici hacia la carrera. Las matemáticas eran exactas y mi reloj marcaba el tiempo límite de su prueba. No había logrado terminar a tiempo. Me derrumbé.
Cual había sido el objetivo de la prueba sino que demostrarnos que no éramos más que un par de soñadores que creían en ellos mismos. En que más podíamos creer? En ese momento, que nos habíamos salvado de algo peor.
Supongo que cuando la vida te pide que hagas algo y no lo haces, de una o de otra forma va hacer que le pongas atención.
Así es como termino esta carrera incasable por demostrar que la voluntad siempre triunfa ante los límites. Así es como empieza este nuevo capítulo en el que la autodestrucción ya no será más la protagonista.
Nunca se rindan. Nunca.