Autor: Samuel Martínez

Samuel Martínez

Triatlón de Monterrey – Paseo Santa Lucía

Ya estaba ahí. Mi coach entró junto conmigo. Su categoría salía después de la mía. Pero sé bien que entró conmigo no porque su categoría siguiera, sino porque no le era desconocido mi miedo al agua.
Entré al agua para acostumbrarme a la temperatura del agua y calentar antes de que sonara el disparo de salida. Todo perfecto. Reaccioné bien. Me dirigía a la otra orilla para calentar cuando escuche que mi categoría ya tenía que irse al corral de salida. No terminé de nadar de orilla a orilla como tenía en mente, para irme al corral de salida. Sentí que no había calentado bien; pero el agua es muy noble y no requieres de calentar tanto como cuando inicias corriendo o en bici.
Me despedí de mi familia. Mi esposa me decía que me veía en la meta, mientras veía la cara de emoción de mi hija de vivir algo por primera vez junto conmigo. Me fui al corral mientras esperaba el disparo de salida y disfrutaba de los nervios, de la emoción, de la alegría, del miedo a lo desconocido y de hacer algo por primera vez.
Nos lanzamos al agua. Nos pusimos los goggles, tapón de nariz y oídos. Listos. ¡Fuera! Comencé a nadar. A ritmo tranquilo. Despacio como tenía planeado. Ya me recuperaría en la bici y la carrera a pie. Pero mi cuerpo se puso pesado como plomo. Empecé a temblar como si estuviera nadando en aguas con temperatura bajo cero. Me comenzó a faltar el aire. Me hiperventilé. Y mi vida de deportista pasó como película en mi mente en tan solo unos segundos…
Jamás me visualicé como alguien deportista. Mucho menos como un atleta. Y ni siquiera sabía que existían los triatletas. ¿Por qué? Fui educado con la idea de que el ejercicio físico es poco provechoso. Además de que el agua me daba pavor. Todas las fotos de los viajes familiares a la playa o a balnearios, salgo llorando. Pobres de mis padres y hermanos por andar batallando a un escuincle chillón y que no los dejaba disfrutar sus vacaciones. Los esfuerzos de mis papás con las clases de natación no rindieron frutos. Conforme crecí, fui superando miedos. Pero el del agua no era algo mental. Estaba ya hasta acostumbrado a este miedo. Entraba al agua. Mi mente en calma; pero mi cuerpo se ponía pesado, mi respiración se agitaba y mi cuerpo temblaba. Pero un buen día me di cuenta de que soy psico nauta y que tenía que ponerme en situaciones en las que nunca imaginé y que expandieran mi mente. Por esta razón, por salud y estética inicié a hacer ejercicio. Mi plan era hacerme el hábito y quedarme ahí solo para explorar mi lado deportista. Jamás competir.
Inicié corriendo. ¿Qué dificultad puede tener? Solo es caminar más rápido. La primera vez que lo intenté, hice 3K en 30 minutos. Y no me pude mover en 3 días. Pero me di cuenta de que me pasó algo que cambió mi vida. Generé dopaminas, endorfinas y serotonina a montones. Estaba más feliz que de costumbre. Sentía que mi cuerpo me agradecía con dolor rico. Y la vida me sonrió porque mi manager en ese entonces era un Ironman experimentado y que muy contentote le encanta compartir sus conocimientos y experiencias. Hoy mi coach. Aprendí a correr con técnica. Y desarrollé la resistencia como para correr un maratón. En 2017 corrí el Maratón de la Ciudad de México. Lloré al cruzar la meta. Para complementar, ya estaba haciendo bicicleta.
Desde niño recuerdo que siempre he tenido bicicleta. Mi mamá me enseño cuando tenía 5 años. En la calle. En un día. Y nos llevaba mucho al parque Tezozómoc a andar en bici. Hasta que recibí una bicicleta para acrobacias BMX para rampas y medios tubos. Pero nunca imaginé andar 130K con una altimetría tan exigente como la Izzi Kardias. Que fue mi primer Gran Fondo en 2017. Iba por 80K, pero ya entrado en dopaminas, pues tomé la decisión, o mi cuerpo la tomó, o #ingueSu de irme por los 130K. Para entonces, ya tenía un plan de entrenamiento con series intensas para correr, bici larga y pesas para complementar. Me faltaba la natación.
Lo primero que me preguntó el instructor de natación es si sabía bailar y que del 1 al 10 qué tan bien bailaba. Le dije que sí sabía bailar, según yo un 8; pero mi esposa dice que un 3. El instructor empezó de 0. Inicié haciendo bucitos. Inhalar, meter la cabeza al agua. Exhalar adentro. Salir a tomar aire, sin agitarme durante 10 minutos. A patalear. A bracear. A tranquilizar a mi cuerpo. Mente sobre cuerpo. Amor sobre mente. Después logré nadar 25m sin parar. Luego 50m. Hasta ahí llegué. Ya había llegado la fecha de mi primer triatlón…
Me detuve, y vi donde había una salida. La más cercana era el corral de salida. No había avanzado ni 50m. Pero buscando la salida, vi a mi hija y esposa. Mi hija estaba haciendo señas de que no parara porque los demás me dejaban atrás. No podía defraudarla. Por lo que me tranquilicé y empecé a dar una brazada tras otra. Paraba cada 50m a calmarme. Pero sin tardar mucho que hay tiempo límite. Choqué con alguien que se había detenido. Me dio confianza. Seguí. Veía mi reloj. Ya había pasado 500m. Ya mero. Seguí. Me maree. Pero seguí. Mi esposa y mi hija me seguían a la orilla del río artificial. Sentí su apoyo en la parte más difícil del triatlón para mí. No me dejaron solo. Me echaron porras. Hasta mi hija hacía señas de que no viera mi reloj y me pusiera a nadar. Cuando menos me di cuenta, ya estaba a unos metros del final de la natación. Salí gateando. Cuando me levanté me di cuenta que seguía muy mareado, desorientado. Recuerdo que el coach nos dijo que nadar en agua fría te marea. No quería que mi esposa e hija me vieran que andaba mareado. Solo hice una seña de que todo estaba cool con el pulgar arriba y corrí a la zona de transición. Me restablecí rápido. Encontré rápido mi bici de 13 Kg y de los años 60’s. Me puse los lentes, el cinturón con el número, el caso. Y salí corriendo a la zona de montaje. Todo perfecto como lo entrenamos cientos de veces con el equipo. La subida del panadero. Ma salió y ni lo pensé. Pedalee mucho. La salida a la ruta de la bici era muy técnica; pero me anime a rebasar a muchos. Tenía que alcanzar al pelotón de mi categoría. Mientras rodaba vi al Coach, quién seguro me había pasado en la natación. No paré. Seguí. Me encontré a Caro que estaba haciendo un olímpico. Le eché porras, me echó porras. Nos distanciamos. Los pulmones me ardían. Comencé a ver a gente de mi categoría. Me dio tranquilidad, pero no baje la intensidad. Me hidraté, mucho. Hasta que regresa a la zona técnica para llegar nuevamente a la zona de transición. Dejé la bici, me puse mi tenis para correr y salí disparado. Cada vez, veía rebasar a gente de mi categoría que iba dejando atrás. Eran dos vueltas al circuito. En la segunda vuelta, ya estaba muy emocionado. Ya comenzaba a gritar de la emoción, animando a los demás, animándome a mí. Mi coach que ya había terminado, me acompaño un tramo. Me dijo que era hora de acabármelo todo. Lo hice. Corrí tan rápido que yo no sabía ni que estaba pasando. Solo mis piernas corrían y yo no me podía quedar atrás. Llegué a la meta. Grite con tanta emoción. A lo lejos en la zona VIP vi a mi esposa e hija que estaban apoyándome desde el principio. Que son mis cómplices y que amo tanto. Sin ellas, sin su amor, no hubiera podido superar este miedo al agua. Tengo tanto qué agradecerles a ellas, a mi coach, a los Quarzos y cada persona que me ayudó en mi camino a lograr este gran reto. Gracias a la vida. En abril de 2018 hice mi primer triatlón. ¡Llámenme triatleta Quarzo!